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Era 1988 y Chris Waddell había sufrido un grave accidente de esquí que le llevaría a la silla de ruedas. Pero no se rindió y solo un año después logró esquiar tras superar un calvario de fisioterapeutas y fatigas físicas.

En 1988 Chris Waddell era alumno del prestigioso Middlebury College (en el estado de Vermont) y una joven promesa del esquí norteamericano. Todo le sonreía hasta que ese mismo año sufrió una grave caída mientras esquiaba. El fatal accidente le produjo lesiones irreversibles: con la columna vertebral destrozada Chris sería parapléjico de cintura hacia abajo el resto de su vida. Una tragedia que hubiera hundido a cualquiera, pero que no pudo con él.

Tardó poco en mostrar sus ganas de volver a la montaña a hacer lo que más le apasionaba en el mundo: esquiar. Aunque superar aquello le llevó algún tiempo: “Mi médico me dijo que no podía irme del hospital mientras no hubiese caído en depresión. La verdad es que no sabía que eso fuese parte del proceso”. Ni siquiera aquellas duras palabras le hicieron venirse abajo. “El doctor, en realidad, solo veía mis limitaciones, las cosas que había perdido. Y por eso, en teoría, tendría que haberme deprimido”.

Pero ni el hospital ni la silla de ruedas ni la paraplejia mermaron sus ganas de vivir. Su afán de superación precipitó una reaparición en tiempo récord. Al año siguiente volvía a descender por laderas nevadas ayudado por un monoesquí diseñado especialmente para él. Su rápida adaptación propició que dos años más tarde el equipo de esquiadores paralímpicos le convocara para representar a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Invierno de Albertville 92, donde logró dos medallas de plata.

Su voluntad de hierro y las interminables a la par que productivas sesiones en el fisioterapeuta explican que hoy en su currículum consten tres participaciones más en juegos paralímpicos de invierno: Lillehammer 94, Nagano 98 y Salt Lake City 02. En ellos obtuvo un total de doce metales -cinco oros, cinco platas y dos bronces-. Éxitos que le han convertido en el esquiador más laureado en la historia paralímpica y que precipitaron su decisión de retirarse en 2002 tras once años de participación ininterrumpida.

En junio de 2008 Waddell llegó a Tanzania para explorar la montaña más alta de África, el Kilimanjaro. Tras unos días de sesuda reflexión, salió convencido de que superaría el reto a pesar de que algunas opiniones le recomendaban lo contrario. Lo consultó con los nativos y, sobre todo, con su círculo de amigos, quienes dudaban del éxito de tal empresa. “Mis amigos me dijeron que si estaba loco”, dijo entonces.

En 2009 se instaló junto a su equipo en las faldas de la montaña. Allí, bajo los 5.900 metros de altitud, el Kilimanjaro se antojaba una prueba excesiva. Antes de iniciar la ascensión, Chris dejó claro que subiría por sus propios medios, es decir, únicamente ayudado por el impulso de sus brazos. Solo estaba permitido que sus acompañantes le ayudaran a allanar el camino, pero nunca a empujarle.

¿Y cómo iba producirse esa ascensión? La respuesta estaba en la tetracicleta que él mismo se encargó de diseñar. Esta andaba por el impulso que el antiguo esquiador le iba propinando con sus brazos a los pedales. Una imagen insólita, porque Chris Waddell aparecía prácticamente a ras de suelo. En una semana propició el milagro. Se convirtió en el primer parapléjico en lograr semejante proeza. Siete días en los que alcanzó el techo de África. Casi seis kilómetros encima de una enorme silla de ruedas adaptada.

Vía: Intereconomía
Imagen: Intereconomía

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